Habla, ¿vas? Sobre la importancia del arte en la comunidad

Foto: Lorenzo Talaverano


Vi hace poco en un barrio donde pintábamos un mural comunitario a un niño insultar racistamente a su amigo. Pensaba en cómo la mayoría de nosotros hemos crecido interiorizando no solo el racismo sino también la homofobia, el machismo, las ideas sobre lo que significa tener éxito en la vida, etc. Hemos interiorizado tanto estas cuestiones que las consideramos normales y ya no nos escandaliza los chistes homofóbicos de la collera, el racismo del “Negro Mama” y la “Paisana Jacinta”, el estereotipo de belleza que se nos impone en los paneles publicitarios, el machismo de todos los días en los micros, en las calles y en la televisión peruana (para muestra solo hay que pensar en cómo se muestran a muchas mujeres en programas cómicos y de espectáculos y cómo se les suele pedir que se den una “vueltita” para enseñar de manera más completa sus cuerpos como si fueran mercaderías). También parece que ser exitoso en esta vida tiene que ver con la capacidad de consumo y acumulación más que con la capacidad de querer, amar y ser libre haciendo lo que realmente se quiere en la vida.

El gran éxito de quienes se benefician del estado actual de la situación es que la mayoría de personas consideran normales estas formas de dominación y el “No se puede hacer nada, así funcionan las cosas compadre” es más común que el “Sí se puede” que solo escuchamos en las barras de futbol. Cuando se habla de “Cultura” se habla justamente de aquello: de las formas de ver-nos, sentir-nos y pensar-nos en el mundo. El hecho que nos haya dejado de indignar la ignominia,  la desigualdad y la opresión tiene justamente que ver con la manera como vemos, sentimos y pensamos el mundo, con las ideas que damos por ciertas. Por eso todo proyecto de transformación social emancipadora debe ser un proyecto cultural.  Se trata de disputar aquellos sentidos comunes en los que se basa el orden social imperante.

Sin duda es la televisión una de las mejores armas con las que cuenta el sistema para que no reflexionemos sobre nuestras vidas y sus potencialidades. La libertad de prensa se ha convertido actualmente en la libertad de los empresarios y los grupos de poder para mentir y distraernos con programas que glorifican lo banal.  La televisión produce constantemente  imágenes y sonidos para decirnos que la vida, los cuerpos, la felicidad, los afectos, deben ser de determinada manera. Pero no solo la televisión produce imágenes y sonidos que disputan los sentidos de nuestra existencia social. También lo hacen los trabajadores y las trabajadoras del arte (preferimos usar el término “trabajador(a) del arte” a “artista” para reforzar el aspecto del trabajo creador, común a todos los seres humanos y alejarnos de la caricatura del artista como un ser especial basado en su talento y espiritualidad,  alejado por lo mismo de los problemas cotidianos). Desde la plataforma del arte se puede dar batalla a la maquinaria mediática porque el arte también le habla al corazón y a la cabeza de las personas, a su razón y a su emoción en un solo movimiento. Nos activa la memoria colectiva y nos permite el encuentro afectivo y creativo con nuestra comunidad.

Las distintas experiencias de arte comunitario (las prácticas artísticas que se realizan en los barrios y comunidades organizadas de manera colectiva con fines pedagógicos, recreativos, políticos, estéticos, etc.) demuestran que el arte no solo es una herramienta para pensar críticamente la sociedad en la que vivimos sino también una gran plataforma de desarrollo humano y social, pues allí donde un grupo de hip hop realiza talleres con los jóvenes, allí donde los niños y niñas pintan murales en las paredes de su cuadra, la deserción escolar disminuye al igual que la violencia y la drogadicción.

En tiempos de desconfianza generalizada e interés individualista las actividades de arte comunitario refuerzan el tejido social en el aquí y en el ahora, desde nuestras calles y desde nuestros barrios, rompiendo las lógicas habituales de dominación que siempre nos discriminan, nos segregan, nos separan, nos aíslan. Se trata de prácticas artísticas en donde los procesos son más importantes que los productos y que crean  dinámicas de encuentro para conmover-nos junto al otro y tejer colectivamente vínculos de cariño tan importantes para vivir felices.


Jorge Miyagui
septiembre 2016 

* Publicado en El Demonio Feliz No 1

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